lunes, 26 de diciembre de 2011

Estupidez humana.

Nadie sabe cual es el límite de la estupidez humana. Yo simplemente aportaré mi opinión, y esta demuestra que la estupidez humana no tiene fronteras. Siempre somos capaces de hacer daño a las únicas personas que no se lo merecen. Y eso demuestra que somos tontos, muy tontos.
Cada ser humano tiene un número muy limitado de personas que adora, que quiere, y que necesita a su lado. Y solo con estas personas uno puede llegar a ser feliz.

Cual es el problema?

Que una vez uno llega a ser feliz con una persona, que ya no solo la quieres, sino que la amas, cree estar en la plenitud. Que nada va a ir mal.

Y es justo en ese momento donde uno deja de preocuparse cuando ha de decir algo, o deja de interesarse por cómo le sentarán a esa otra persona. Creemos que entenderá cada uno de nuestros sentimientos, aún sin darnos cuenta de que muchas veces creamos barreras para que nadie llegue a ellos.
No seáis estúpidos. Que una persona os quiera, os ame, no es una cruz. 

Es un regalo. Un regalo que debemos cuidar día a día. Y sobre todo, es una preciosa joya que nunca, nunca debemos rayar.

Y pase lo que pase, nada, nada justifica que lo hagamos.

martes, 13 de septiembre de 2011

1


Antes de presentarme os hablaré un poco de mi situación.
Sí, soy uno de esos que por la calle destaca, la gente no hace otra cosa que observarme de arriba a abajo. Debe de ser que no ven muchos como yo. Os adelanto, por si acaso, que no soy egocéntrico, más bien, lo odio.
Sigamos. No soy rubio, y no tengo los ojos azules. Ni siquiera verdes. Mi pelo no destaca por tener una melena muy extensa, diría que es todo lo contrario. Brilla por su ausencia, y los escasos pelos que todavía pueblan la parte alta de mi cabeza amenazan con desaparecer. Que crueldad, verdad, señores. Pues no. Rotundamente, una, dos, y hasta tres veces no.
Os habrá sorprendido, imagino, el uso de la palabra “señores”, tan poco común hoy en día. Pues bien, en mi pueblo, donde me crié, la educación era el pilar más importante que podía haber. Y lo de la crueldad de mi cabellera, os explicaré algo.



Por partes, con las pistas dadas, podéis deducir que no soy un chico de ciudad. Hasta que no soy un chico, sino que más bien soy entrado en años, maduro, o como más me gusta decir, con más experiencia que otros más jóvenes. Sí, quizás así quede más bonito.
No soy alto tampoco, ni bajo. Digamos que no soy ningún extremo, y tampoco a lo ancho y a lo estrecho. Si, hubo un tiempo que fui delgado. El paso del tiempo hace que nuestra silueta de perfil coja una perspectiva diferente. Pasas de ser lo que denominamos tabla, a tener, mm... como explicarlo, pasas a ser más un poco barril. Pero no os preocupéis, es normal. Y eh, los que se rían al leer esta descripción, que se acuerden en veinte años. Sino al tiempo.
Podéis también entender que no soy como los demás, creo que eso es algo que quedó demostrado ya. Ahora debéis intuir el qué me diferencia de esta gente, y si solo me diferencia de esta gente, o de todo el mundo.

Como persona dudo ser nada especial, así que no, este no es el aspecto que me distingue. Soy un hombre sencillo, amigo de mis amigos y enamorado de mi pareja. Vivo una vida normal, por las mañanas voy a trabajar, y por las tardes me dedico a escribir. No es mi trabajo. Es imposible vivir escribiendo, y más si lo que escribes no es “vox pópuli”, o simplemente algo que no interesa leer, o siquiera que salga a la luz. Ya veis, eso sí me une a algún grupo de personas. Hago cosas que no todo el mundo valora ni acepta. Comprobado que esta característica mía no es única, y así aprovecho para repetir que esto no es lo que me diferencia. Pero sigo, trabajo como repartidor. Es uno de los pocos trabajos a los que tengo acceso. Llevo una enorme carga encima, una carga con la que nací. Por cierto, la expresión “enorme carga encima” está repleta de una ironía treméndamente mal hecha, pero qué queréis que haga, no todos tuvimos la suerte de estudiar.
Poco a poco alguno se irá haciendo sus ideas, y tras leer mis palabras habrá ido tachando de su lista las posibilidades, el qué me diferencia del resto lo suficiente como para ser raro donde estoy ahora, pero que me hace normal en otros sitios.
Guau, creo que aquí está la pista más importante. Igual a alguno se le pasó por alto, por lo tanto, vayamos a releer la frase. “... el qué me diferencia del resto lo suficiente como para ser raro donde estoy ahora, pero que me hace normal en otros sitios”.
Sí, no dudaré de que alguno habrá entendido que estoy viviendo en un sitio el cual es diferente de donde nací. Lo siento si alguien se sintió insultado o estúpido con esta explicación. Espero que acepte mis disculpas, pero creo que lo más importante de esta historia es entender esta primera parte. Sino, el resto será en vano.

Vale, ahora que eso creo quedó bastante claro, sigamos. Nací en otra ciudad diferente a la cual habito y por la cual paseo mi silueta día a día. Que aprovecho, admito no es una silueta muy agradable, mi presencia no levanta pasiones, al margen de que la gente me mire. Digamos que no es una mirada de esas que la juventud llama “atractiva”. Ni tampoco es mi acento lo que es diferente. Por lo tanto soy de otro país, y venga va, os lo adelanto ya, soy de otro continente.
Habréis abierto un abanico de posibilidades, no muy grande todo sea dicho, pero lo habréis hecho.
No hay muchos continentes aparte de Europa, lugar al cual tuve que ir para comer. Sí, algunos aquí se quejan de que estas galletas están más caras que las otras. Que el pollo tiene mejor sabor si es de corral. Y otros critican el precio “excesivo” del marisco.
A menos kilómetros de los que imaginan hay otro mundo. Hay un mundo donde todo tiene ese precio excesivo. Sí, aquí no uso comillas. Ya que en el primer excesivo buscaba mofarme de su opinión sobre el precio. En el segundo hablo de algo real, que mucha gente desconoce.
Tengo amigos que no se lo creen. No entienden como soy capaz de vivir junto a mi mujer, pagar un alquiler y comer bien con el sueldo de un simple repartidor, que para más inri, no trabaja diariamente, sino cuando hay trabajo.
Digamos que la hipoteca a tipo fija me ayudó mucho, sí. Al principio salía más rentable el tipo variable. Pero un “abuelo” de mi aldea siempre me decía: “Si tienes dos opciones no cojas la más fácil, bonita, o sencilla. Suele ser la mala”. Llamamos abuelo a todo aquel ser adulto, hombre por supuesto, que para nosotros llega a ser un guía. Hay pocos “abuelos”, ya que allí pensamos que sólo son, los que a base de la experiencia llegan a viejos. Aquí no usaré la palabra veterano o experimentado, usaré viejo. Viejo denota un estado psíquico y físico.
Si llegan lejos, es que pasaron muchos baches, muchas piedras, y muchas decisiones más o menos acertadas, por lo tanto, siempre, siempre los escuchamos.
A estas alturas pensaréis como una persona aparentemente sin estudios, o sin la posibilidad de acceder a ellos escribe de la forma que escribe, es más, alguno se sorprenderá de mi capacidad de escribir. Ingenuos. Otro se preguntará por qué sé de tipo fija, variable...
Bien, en mi país acabé por ser un experto economista. Os preguntaréis qué narices hace un experto en economía en un país escaso en esto, economía. La verdad no lo sé, y nunca lo supe. No fui capaz de ganarme mi trabajo allí. Un título no te daba trabajo. Y tampoco mis conocimientos acabaron siendo tantos como pensé ya que al llegar a mi “nueva vida” encontré de todo menos trabajo de economista. Acabé repartiendo lo que hiciera falta. Eso sí, la economía me fue muy muy valiosa para mi nueva función. Aprendí a que mis ingresos eran variables, y no fijos. Y para eso estudiar una carrera... en fin.
Para el que no se percatara, sí, eso también era ironía. Perdonar que me cueste, quizás mi humor es más seco del que hay aquí. Y eso igual tiene que ver en que no es agradable ver como te miran raro por la calle. Día tras día lo mismo.
Sí, soy africano. Sí, a mucho orgullo.
Mucha gente dice ser de una tierra, de un país, de un continente. Pero recurre a nuestra fidelidad, a nuestro respeto y a nuestra confianza en ellos para creerlos. Ya que no tienen muestras.
Mi color de piel. No solo el ser de color negro, sino lo intenso de este muestra, o da ayudas para imaginar de dónde soy. La marca de mi cara, para el que piense que fue aceite hirviendo, es una de las características de mi pueblo. Ese trueno tampoco es una muestra de mi amor por ese Harry Potter. Aunque ojalá hubiera unos cuantos como él por allá.

Me río, a carcajadas (nota de autor, es ironía, sí, ahora también) cuando aquí se protesta de que un niño es infeliz, de que no tiene nada que hacer, o que se aburre.
Mirar, allí un niño no se aburre. Por dos grandes motivos, aunque digan que esté mal generalizar a veces hay que hacerlo, ya que no dudo que aquí haya niños a los que le pase eso, pero eso sí, son una ínfima minoría.
El primero, aunque alguno me vaya a llamar insensible (creerme, uno acaba siéndolo si vive lo que yo viví) es que simplemente uno no llega a ser siquiera niño. Muere antes. Así de fácil, de sencillo. Duele verdad? Imaginar lo que le duele a la pobre madre. Ya que no olvidéis que seguramente no sea el primero que se le muere.
El segundo, no menos importante, es que allí no hay niños. Naces, aprendes a caminar, y segundos después ya tienes una función asignada. Y da igual lo absurdo de esta, has de hacerlo. Sí o sí. Como si es sentarse encima de una piedra que esté unida a una cuerda, y ésta a una vaca. A veces hasta lo único que hay que hacer, es no hacer nada. Pero en un sitio concreto. Fuera de ese sitio, molestas, estorbas, entorpeces o como cada uno quiera llamar a esa otra persona que está trabajando. Esa, esa es la jodida diversión, el puñetero pasatiempo de esos niños que vemos por la tele. Creerme si os digo que llevar un bidón de agua durante 10 kilómetros puede llegar a ser su salvación eh. Por lo menos durante el trayecto sueñan. Pocos sueñan que son personas. Yo nunca lo soñé. Soñaba que era un león, el rey, con mi melena y todos a mis pies. Otros sueñan ser un árbol. Harían lo mismo que siendo un ser humano, pero estorbando un poco menos. Y hasta servirían para dar calor en el frío invierno.

No me malinterpretéis, esto no es una crítica a la sociedad actual. Es simplemente la realidad. No hay más.  

lunes, 29 de agosto de 2011

A veces te sientes mal. Sentirse mal es algo a lo que uno nunca se acostumbra, por mucho que haya gente que diga que si. Es un sentimiento negativo, que no trae nada bueno, y normalmente, viene precedido de un sentimiento de culpa por algo que hicimos de forma, o manera errónea, pero nunca buscando causar dolor en la otra persona.
Es importante esto ultimo, ya que sin el, el sentirse mal nunca, nunca llega.

Por lo tanto, cuando te sientes mal, es cuando consigues que una persona vea de una forma diferente, algo que tu haces por ella. Diferente a lo que tu intentabas.

Y me siento mal. Es absurdo saber que haces sentir mal a alguien, y no ser capaz, no tener la cabeza suficiente para frenar, para dar marcha atrás. Pero no siempre es facil darse cuenta. A veces, piensas que lo que haces, es lo correcto, que estas en el buen camino, cuando vas totalmente en direccion contraria... Otras, crees hacer feliz a alguien con determinadas cosas, y sinceramente, lo unico que consigues es que esta persona cada vez odie mas eso que hagas.

En resumen, no siempre es facil tener la cabeza fria y pensar bien todo, y mas cuando es con una persona que te importa. Cuando es una persona a la que no solo quieres, sino aprecias, y llegues hasta a amar.

En ese momento nos odiamos mas que nadie nos pueda llegar a odiar jamas. Nos sentimos mal, quizas como una mierda.

Y deseamos desaparecer.